Tampoco trato de hacer una semblanza ni de escribir mis memorias, simplemente deseo recordar una etapa de mi vida y hacer un ejercicio mental que me resulta bastante agradable. Mi adolescencia transcurrió entre viajes y viajes, de Venezuela a Trinidad y de Venezuela a Colombia.
Al cumplir los 20 años tuve la inmensa suerte de reencontrame con mis orígenes. Volví al país de mis padres de donde salí en el vientre materno. Pisé el continente Europeo en Madrid el 20 de mayo de 1966, y estuve tres meses visitando Hungría pasando antes unos días en Austria lugar en la que vi la luz por primera vez. (Cuando salí del continente Americano jamás pensé que no volvería, pero así fue, vine a estudiar Turismo a España, me casé y aquí eché raíces definitivamente)
En Hungría como dominaba el idioma no fue difícil comunicarme y lo hice tan bien que creían que estaba de broma cuando dije que era la primera vez que visitaba Hungría físicamente. Mentalmente lo había hecho de la mano de mis padres infinidad de veces, conocía bastante las costumbres y la gastronomía del país. Encontrarme con la familia y conocer a mis abuelos, tíos y primos fue algo inolvidable e indescriptible. Contarles mi vida y resumir mis vivencias de 20 años en tres meses no fue nada fácil y más difícil me fue descubrir que no pertenecía a ese lugar aunque en mi mente así lo había imaginado alguna vez.
Descubrí que no tenía una identidad clara ni un concepto de quien era, como era, de dónde era, y por qué era como era. Comprendí por primera vez lo amplio que era mi mundo y que en realidad no pertenecía a ningún país, era de todas partes a la vez y de ninguno en concreto. Me había sido concedido el privilegio de poseer un trocito de cada uno de los sitios en los que había vivido. Mi vida era como un puzle que completé con mi visita en Hungría. Ahora era ciudadana del mundo.
No eres la única, creo que yo también me siento identificada en lo de ciudadana del mundo. No llegué echar raices en ningún lado, solo aquí
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